Te voy a ser sincero

Para la verdad de la vida diaria es necesaria una limpieza y seguridad interior frente a las diversas situaciones vitales.  Por circunstancias muy concretas  he hecho una reflexión sobre esta expresión: “te voy a ser sincero”.

Cuando en determinadas situaciones nos dicen o decimos: “te voy a ser sincero”. Entonces malo, malo. Basta pensar en  esas conversaciones que se inician después de una tensión o en un momento difícil: te voy a ser sincero. Cuando así se inicia una conversación nos echamos a temblar, o tiembla el que nos  oye decir esta expresión, si somos nosotros los que la hacemos. También, cuando se dice a mitad de la conversación, podemos observar que cambia de signo ya la relación. La tensión está servida. Suena a un tipo de amenaza, y a un quedarse como indefenso ante todo lo que se va a decir después. Tocan a armarse y a atacar.

Generalmente después de esta expresión quedan los ánimos y el corazón  como un campo de batalla, lleno de amargura, heridas y destrucción.  El “te voy a ser sincero” suena a comienzo de una guerra, de un combate, que dejará huella. Esta expresión, lo más suave es que apene, pero lo más corriente es que hiera, deje mal a todos, y destruya al que la dice y contra quien se dice.

Desde aquí, desde todo lo que conlleva este: “te voy a ser sincero”, quizá, nos puede ser más grafico el reconocimiento de lo que es realmente la veracidad. Porque en este “te voy a ser sincero” podemos ver clarísimo lo que no es la veracidad, “la condición veraz” de la persona de la que es un ejemplo lleno de experiencia y fuerza Teresa de Jesús.  Basta que hagamos un sincero examen de nuestras actitudes. Y ver de manera serena y veraz, lo que procede del egoísmo, de un espíritu de violencia, de la vanidad, de un complejo, de una inseguridad, del resentimiento, de algo no limpio, ni sano, de un querer tener razón. O sencillamente, de un querer “cantar las cuarenta y las diez de últimas”, de una manera más solapada y orgullosa, soltando todo eso que tenemos mal digerido. Y todo, bajo el  título, el epígrafe,  de “te voy a ser sincero”.

Todos, en el fondo, queremos la verdad, y pensamos que somos veraces. Es facilísimo comprender que en la lealtad a la verdad se apoyan todas nuestras relaciones, y que todo se rompe sin esta lealtad. Toda relación de familia, de trabajo, de amistad, de cualquier índole que sea la relación,  necesita de la veracidad. Pero de la auténtica veracidad, la que tiene que ver con la verdad, nobleza, honradez, claridad, justicia, fidelidad, respeto. La veracidad que sana, cura, produce paz, alegría interna.  Es aquella expresión que me repito constantemente: no hay amistad sin verdad, pero la verdad sin amor está muerta. La verdad es vida y no puede realizarse sin amor. Puede ser que nos ofusquemos en determinados momentos y nos parezca querer la verdad, pero no podemos manejarla como un arma arrojadiza. La verdad siempre implica respeto. En muchos casos lo que llamamos veracidad puede ser deseo de salir con la nuestra, compensación de algo, orgullo, posición altanera, resentimiento, envidia, querer tener razón, o incluso violencia y una sutil venganza.

Cierto que la verdad es revolucionaria, causa la primera y verdadera revolución en uno mismo. Es ese  hacer pie en nosotros tan radical, necesario y fundamental en la vida. Ciertamente sólo siendo veraz, viviendo y diciendo la verdad, en lo pequeño y en lo grande, se empieza a ser libre. Es la gran afirmación de Jesucristo: sólo la verdad hace libres. Son gráficos los encuentros de Cristo con la Samaritana, con la Magdalena, con Zaqueo. En todos los encuentros que se nos presentan en el Evangelio, llega el hombre a su verdad, y nosotros la vemos en la narración. Él se presenta como el camino, la verdad y la vida. Las tres palabras unidas: camino, verdad y vida.

A veces nos impide ser veraces el miedo y mentimos con gestos y silencios. Otras no somos veraces en nuestras respuestas y actitudes. O también la vanidad, queremos quedar bien, que se nos admire, que se nos tenga en cuenta, deseamos obtener ventajas. También puede ser un falsísimo y mal llamado “respeto humano” ante lo que se está ridiculizando, sea algo de índole religiosa o algo referente a personas. Hay mentiras sutilísimas como se expresa en ese “te voy a ser sincero”. Nos viene muy bien buscar la raíz de nuestras deficiencias en nuestra falta de  veracidad. La veracidad es una joya preciosa y frágil.

Dice Romano Guardini que haremos bien en preguntarnos si decimos la verdad realmente con verdad, o si la deshonramos. Es profundo y fuerte decir “la verdad con verdad”, honrar la verdad. Suya es la expresión de “la verdad sin amor está muerta”. Dios no es ni sólo verdad, ni sólo amor. Es amor y verdad al mismo tiempo.  La falsa veracidad no puede mantenerse en pie, se derrumba más tarde o más temprano. En el silencio y en la soledad sonora que dice S. Juan de la Cruz, comprendemos lo que es la veracidad. Ahí está nuestra interioridad, nuestra riqueza, nuestra fuerza. Al rezar el Padre nuestro podemos pedirle que no nos deje caer en la tentación que reside en nuestras palabras. Podemos llegar a mentir sin saber cómo. Podemos hacer traición a la verdad,

Dios está ahí, en mi conciencia. Ahí encuentro la raíz de mi veracidad, de mi juicio.  Señor, ¿cómo son mis  “te voy a ser sincero”? ¿He traicionado la verdad?

Publicado el May 29, 2013 en Una ventana abierta - Hª Carmen Pérez, stj. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

Deja un comentario