Yo hago cada día que lo transitorio sea eterno

Yo hago cada día que lo transitorio sea eterno, porque mi vida, me dice mi fe en Cristo, es moneda de vida eterna. Y esta es mi responsabilidad definitiva. ¿Qué significa responsabilidad? La exigencia de llevar a cabo la realización de mis posibilidades, “depositar” valor en lo que hago. Lo que sembremos eso recogeremos.
El hecho es que la responsabilidad es valor fundamental, que está en la conciencia de la persona. Nos permite reflexionar, orientar, tomar decisiones, aceptar y valorar las consecuencias de nuestros actos. La persona responsable actúa conscientemente. Y ¿ante quién somos responsables? Pues en última instancia ante nosotros mismos y ante Dios. Si fuéramos conscientes del gran don que es ser hijo de Dios procuraríamos un comportamiento que agradara a nuestro Padre.
Lo he comentado más veces porque me hace mucho bien en la vida diaria: “yo hago cada día que lo transitorio sea eterno”. Como dice Unamuno: “vivir en el tiempo” pero anclado en la eternidad. La vida como responsabilidad significa siempre lo más valioso, nada es indiferente. Cada uno tenemos a nuestra disposición un “tipo” característico de ser. Nuestra manera de amar, de odiar, nuestra pretendida indiferencia refleja la personalidad íntegra de cada uno. Y, al mismo tiempo somos accesibles a todos los valores. Estamos abiertos a “todo”. Somos capaces de vicios o de virtudes. Somos la misma humanidad percibida desde alguna parte, Es toda la ciudad contemplada desde cierto ángulo, dice Paul Ricoeur. En cualquiera de nosotros caben todos los errores pero siempre según la forma inimitable de vida que cada uno hemos ido configurando. Hay tantos modos de ser desgraciado comos hombres hay. Y, claro, cada uno tenemos a nuestra disposición un tipo de liberación, de salvación, de plenitud, característica nuestro.
Cualquier hecho, cualquier acontecimiento, cualquier actitud de una persona puede ser una propuesta. Lo importante es lo que somos capaces de reconocer. Hay que saber mirar la realidad. Cierto, lo esencial es invisible a los ojos que no saben mirar y “no se ve con los ojos sino a través de ellos” como dice Ortega y Gasset. Es verdad que hay dos polos en nuestra vida: el dentro y el fuera, nuestra interioridad y el mundo entorno, ¿pero no tiene que ser el primero nuestro interior? ¿Y no es el núcleo central de nuestra vida la conciencia de la realidad de Dios y llevar la vida ante sus ojos? Por ejemplo, qué importante es vivir momentos en los que experimentas el origen grande que constituye nuestra vida, encuentros con personas que te interpelan, que nos hacen interrogarnos y admirarnos. Vivir reconociendo la realidad de la presencia de Cristo porque “toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el “sí” de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido” (Benedicto XVI).
Y todo eso se puede sentir en la normalidad de cada instante. Como experiencia, un día delicioso vivido en un encuentro con familias de amigos. Narro una situación de lo más sencilla pero significativa. Soy una invitada en esta gran familia, en la que se presiente una propuesta llena de vida, de alegría, porque hay fe y comunión. Se ha rezado el Ángelus, en un clima cálido, en un momento particular en el que sientes el interior lleno de alegría, y en el que todo tiene sentido. Unos avisos que contribuyen al bienestar. Uno de ellos: “procuremos no dejar colillas, papeles, etc.” Es tan humano y agradable todo, que miro, y veo tres colillas. Las cojo con naturalidad, porque como diría Sta. Teresa, hay que “hacer lo poquito que hay en mí”. Se siente que en una situación de vida así sale lo mejor de uno mismo, incluso en algo tan insignificante. Y en esos momentos todo se facilita y se siente necesidad de contribuir a que todo vaya mejor, se desea que se presentaran cosas que después parece no somos capaces de hacer. Porque también hay cantidad de momentos en los que siento que “no soy capaz ni de coger un papel del suelo por amor de Dios”, y esta cita también es de Santa Teresa.
En encuentros así todo encaja, y todo tiene su verdadera proporción. Es estupendo vivir con amigos que tienen una visión que lo abarca todo. Pues, al cabo de un rato, comiendo y disfrutando enormemente con la conversación de una profesora de derecho de la universidad, por cierto sobre la ley natural y el derecho natural, se acerca un chico de veintidós años, y tras un cariñoso y, reconfortante saludo me dice: “me has “obligado” a recoger colillas, ni las miraba porque yo tampoco fumo, y para mí no iba eso, pero me provocaste”. Los que estábamos, sentimos un chorro de luz y de frescura. Formidable que reaccionara así ante ¿algo tan nimio?, eso a la manera de verlo cada uno como decía al principio.
No podemos vivir en un mundo tan frío que los únicos que no tienen frío son los muertos. No podemos ser tan perezosos que ni siquiera nos decidamos a desperezarnos. “Vida” no significa algo vago, sino algo muy concreto y real como tener unos valores de actitud en cada momento, como para recoger unas colillas que no se han fumado, saber ver “propuestas” que a todos enriquecen, o reconocer cosas sencillas y concretas en nuestro caminar diario. ¿No es una buena lección el valor de lo cotidiano?, todo instante vivido perdura en mí si pongo fe en lo que hago, en lo que digo, en lo que pienso. El día está lleno de lo que yo haga, y de lo yo ponga. Cada uno hace cada día, cada momento, que lo transitorio sea eterno. ¿A que creemos en todas los esfuerzos individuales encaminados a que en este mundo se respire mejor?

Publicado el agosto 11, 2013 en Una ventana abierta - Hª Carmen Pérez, stj. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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