Dios es aquel que da absoluta importancia al destino humano

Esto lo pone de manifiesto constantemente lo que celebramos y vivimos en la liturgia, en la vida diaria de la Iglesia. La humanidad de Dios se nos pone de manifiesto en su manera concreta  de relacionarse con nosotros, en su creación y en su redención, realizada por Jesús de Nazaret, y día a día eso se vive en el llamado año litúrgico.

La redención no es producto de nuestras reflexiones, es algo nuevo que no podemos inventar, sino recibir como la novedad producida por Dios y como Él quiere comunicárnosla. Y el modelo de comunicación  óptima y perfecta se encuentra en Jesús de Nazaret: su encarnación, nacimiento, vida,  gestos, acciones, milagros, palabras, muerte y resurrección y la Iglesia que Él quiso fundar y a través de la que sentimos su Presencia y contemporaneidad.

Todo acontece de la manera más humana. Dios no se contradice a sí mismo ni en su creación, ni en su redención. La revelación que ha hecho Jesús de Nazaret nos muestra que Dios es aquel que da absoluta importancia al destino humano; en Él se manifiesta la bondad y el amor de Dios hacia los hombres. Dicen muy poco los pensadores al llamarle el Absoluto, el Eterno, el Inmutable. Él es Dios vivo, próximo, que no se limita a crear sino que ama. Dios nos mira, aunque nos cueste verlo en  algunas circunstancias,  con la mirada con que Jesús miró a Zaqueo, a la samaritana, a la mujer que seguía el féretro de su hijo. Y también con la mirada  al Hijo que entrega su vida por los hombres en el momento de instituir el sacramento del Bautismo, del Perdón,  de la Eucaristía, el Sacerdocio, nos da el mandamiento nuevo, cuando está en Getsemaní, en la cruz.

Precisamente,  lo que en la Semana Santa, vivimos y celebramos, misa crismal, institución de la Eucaristía, el sacerdocio, el mandamiento del amor,  nos pone de manifiesto cómo ir viviendo nuestra configuración con Cristo. Y por eso hoy siento necesidad de reconocer, de revivir, lo que son los sacramentos de la Iglesia de Jesucristo y expresan su contemporaneidad. ¿Qué otra cosa son los sacramentos sino la expresión de la importancia que Dios da al destino humano, de su relación con el hombre? Su “corporeidad”, su “materialidad” nos hacen sentir lo que realmente es el modo de hacer de Cristo, su manera de “comunicarse” con la naturaleza humana que Dios creó y Él ha redimido.

En los sacramentos se nos comunica lo que hay de más grande, el Espíritu de Dios, su Gracia, su Vida, su Amor, su Perdón. Y esa comunicación se opera siempre en la proximidad corporal, en el contacto físico. Pensemos en la “materialidad” a través de la que se nos comunica la gracia: el agua del bautismo, la unción, la imposición de manos, la sagrada Eucaristía, la palabra en la confesión, en el sacramento del matrimonio.  Los dones supremos de Dios, del Creador, del Eterno, del Padre, del Redentor reclaman la mediación de nuestra corporeidad, de lo perecedero, de lo material, y en lugar de difundirse a distancia, sin rostro, sin encuentro con el prójimo, la gracia se hace viva en esta comunicación.

Es un hecho, es real, que los sacramentos ponen los fundamentos de la vida de un cristiano, se fortalece en ellos y por ellos es alimentada. Son acciones salvadoras de Cristo, que su Iglesia comunica y son signos sensibles porque necesitamos algo material para darnos cuenta, para sentir la presencia de Dios. S. Pablo dice en la carta a los Romanos que “si bien no se puede ver a Dios, podemos, sin embargo desde que Él hizo el mundo, contemplarlo a través de sus obras y entender por ellas que Él es eterno, poderoso y que es Dios”.

Los sacramentos están ordenados a la expresión concreta de nuestra manera de “vivir” la Iglesia de Cristo en el mundo. Benedicto XVI dijo que son los pilares sobre los que se asienta la estructura de los grandes momentos de la vida humana que necesitan señales que denoten su grandeza, su afianzamiento y , por tanto, la necesidad de compartirlos”. No sólo suponen la fe sino la fortalecen y la expresan por medio de palabras, cosas. En el nacimiento: está el Bautismo; en el crecimiento: la confirmación; en las heridas de nuestros pecados: la reconciliación; como alimento: la Eucaristía; la formación y vida del hogar: el matrimonio; el servicio de la comunidad: el sacerdocio; y en la enfermedad: la unción de los enfermos. Los sacramentos son la forma concreta de vivir nuestra relación con Dios. Son realidades, como toda la liturgia, no realidades pasadas, sino actuales que se renuevan en nosotros. Nuestra actitud concreta es: tener fe, conocer lo que se comunica, quererlo recibir. Jesús de Nazaret ha descorrido el velo del misterio para que podamos ver la manera de relacionarse y comunicarse con nosotros y la verdadera actitud de Dios hacia nosotros. “Claro está que hemos de verla firmemente enraizados en la fe. Y nos es más fácil creer bajo el calor de su mirada que aherrojados por el engranaje del mundo” (Guardini)

“Misterium fidei”, misterio de la fe se llama una encíclica maravillosa  de Pablo VI sobre la doctrina y culto de la Sagrada Eucaristía en la que nos muestra cómo en ella se centra toda la vida de la Iglesia.  En el lugar más sagrado de la Misa, en las palabras de la consagración, la Iglesia siente y proclama: misterio de la fe. No preguntemos el “por qué” Dios da absoluta importancia al destino humano, sino sencillamente “lo que es”.

Publicado el abril 4, 2013 en Una ventana abierta - Hª Carmen Pérez, stj. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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