Si me alejo de Dios, me alejo de lo que es la vida

Creo que muchos estamos profundamente convencidos de lo que de una y otra manera, nos ha dicho tantas veces Benedicto XVI: la verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz.

Sólo si creo con certeza que Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret, que ha vivido, nos ha hablado, ha sufrido, ha muerto y resucitado tendrá sentido mi vida. Sólo si creo en su contemporaneidad, en su Presencia, puedo ir aprendiendo en la vida. La experiencia de muchos nos hace ver la certeza con la que viven que Él está a su lado. Si le perdemos, perdemos la vida. Si nos alejamos de Dios, nos alejamos de la vida. Esto me lleva a una buenísima decisión práctica a tomar “ya” como un amigo mío: “en mi agenda diaria de actividades hay siempre dos o tres renglones en blanco. Porque la fe en Dios, la consecuencia de  mi encuentro con Jesucristo, implica confianza en su libre intervención, en lo que cada día me ofrece, en la realidad de su paternidad divina”.

Dos o tres líneas en blanco en las que no calculo nada, ni proyecto nada, reconozco lo que Dios hace por mí,  lo que me ofrece y me presenta. Aprendo a leer en esos renglones. Reconozco, en una palabra, su Providencia. Aprendemos en vivo y en directo lo que es la Providencia de Dios a la luz de todo lo que dijo e hizo Jesucristo.  Dejar dos o tres renglones en blanco es una forma real de sentir la Presencia de Dios en nuestra vida, la realidad de su mirada paternal y leer lo que Dios escribe en nuestra agenda a través de todo lo que no habíamos ni calculado, ni proyectado, ni medido. Una manera muy sana de aprender a mirar, a vivir y sentir la Providencia de nuestro Padre Dios.   ¡Cuántas veces vivimos y nos sorprendemos de lo que teníamos programado¡ O sencillamente nos admira  lo que nos sucede. Porque no lo pensamos, pero muchas veces nos quedamos sorprendidos sencillamente de lo que ocurre, del encuentro que hemos tenido. También desde luego ante acontecimientos que nos desconciertan y nos hacen sufrir. Y esto nos lleva mucho más allá de nuestros cálculos y posibilidades.

Estos dos o tres renglones en blanco requieren una  mirada confiada que va más allá de lo que consideramos dentro de nuestras medidas y planificaciones, de nuestros planes y expectativas, de  lo  razonable. Significan en concreto la “providencia” de Dios que ha querido redimirnos.  Dios es amor, y nos  ama sin nuestras medidas y criterios, como nos lo pone de manifiesto el Dios revelado por Jesús.   Hasta el punto de que a la luz de lo que podemos leer en estos dos o tres renglones, todo cobra un sentido, se ven de manera diferente los demás renglones, y a veces se desenmascaran, se ve su ineficacia y hasta ridiculez.

Estos  dos o tres renglones en blanco modifican nuestros verbos, nuestras acciones, con unos adverbios  inesperados.  El adverbio, esa palabra cuya función consiste en complementar o modificar la significación del verbo, del adjetivo, e incluso de otro adverbio. Ya ven, nos ayuda la gramática. Un día, en el Hospital de Parapléjicos donde se aprende tanto, estaba con un niño, Antonio, aprendíamos  lengua, aprendíamos a hablar y a escribir, diciéndole tres cosas bonitas a su mamá, con la que se acababa de enfadar. Y fue él quien  pensó las tres frases: te quiero mucho, voy a ser bueno en clase y en la escuela, y eres muy guapa. Aquí hay verbos, adverbios, adjetivos. Y después escribió su primera carta con las tres cosas bonitas que él solo había pensado y formulado. Claro, con 6 años, no sabía firmar.  Y esa fue su primera firma. Deseo que Antonio recuerde  siempre que su “primera” firma la puso en la “primera” carta que él ha escrito en su vida, y era para su mamá. Dos o tres renglones que no estaban en la planificación de ninguno de nosotros y con los que desde luego la mamá, la abuela de Antonio y yo hemos gozado.

Nada de lo que nos pasa queda fuera de su mirada. Las expresiones de Jesucristo son de lo más gráficas: “No les tengáis miedo. No hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No hay comparación entre vosotros y los gorriones.  Nada se escapa a su cuidado”.  Providencia es reconocer que Dios abraza nuestro ser aun cuando no lo veamos. Es verdad que hay hechos que sólo los podremos comprender en la eternidad, cuando entremos en la vida de Dios. Cada día la Providencia de Dios amanece antes que el sol. Si miramos a Cristo, Él nos aporta la luz en nuestras oscuridades, la claridad en la historia de nuestra pobreza, penuria, precariedad. “¡No tengáis miedo, abrid las puertas al Redentor¡” fue el llamamiento que hizo el Beato Juan Pablo II al comienzo de su Pontificado y que después nos recordaba frecuentemente.

La crisis de fe no es el resultado de la retirada de Dios de nosotros, sino de que podemos aceptar un tipo mezquino de sentido de la vida, de racionalidad por la que vivimos en un mundo artificial y hemos perdido el contacto con la verdadera realidad. La fuente de la dificultad no es la Providencia de Dios, sino nosotros mismos. Cada día dos o tres renglones en blanco. Nuestra fe no empieza a ser sincera hasta que creo en la Providencia de Dios. Jesucristo nos reveló quien es Dios, en Él se manifestó la bondad y el amor de Dios hacia los hombres. Dios  es aquel que  da absoluta importancia al destino humano.

Publicado el abril 3, 2013 en Una ventana abierta - Hª Carmen Pérez, stj. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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